Autora: Camila Santini
Caminaba
deprisa, pues no quería llegar tarde a una entrevista de trabajo,
concentradísima en cuál de los tantos subterráneos debía tomar. Ella, sabía que
debía encontrar la línea B con rumbo a Palermo, pero lo que no podía saber, era
lo que le deparaba el destino. Muy nerviosa daba vueltas por la estación,
frustrada recorría todos los pasillos de aquel lugar. Todas las entradas le
parecían exactamente iguales. Era una persona a la que no le costaba adaptarse
a los cambios, pero tantas posibilidades diferentes, la asustaban.
Un
nuevo trabajo podía significar una nueva forma de vida. En cambio, para él, la
misma rutina de siempre, desayunaba tranquilo mientras leía las noticias, no
soportaba salir a la calle sin conocer las novedades, y así poder anticipar
cualquier tipo de eventualidad. Luego de asegurarse de que la línea B
trabajaría normalmente, salió. Era un día como todos los otros, un agobiante
calor que convertía el aire en una densa masa irrespirable, gente corriendo de
un lado para el otro y, ese olor, ese horrible e insoportable olor que
desprendían los motores de los trenes, perturbando a todos a su alrededor.
De
pronto ambos convergen en ese sitio, donde tanta gente cada mañana realiza las
diferentes combinaciones de subterráneos para llegar a su destino. Un niño que
corre jugando con su hermano antes de entrar al colegio, provoca que a la joven
se le caigan todos los papeles de su carpeta, quedando su curriculum disperso
por toda la estación, siendo pisoteado por los transeúntes sin ser advertido.
Todas sus expectativas de un cambio de vida se habían derrumbado. Ese trabajo
representaba todo lo que ella aspiraba a obtener para una definitiva
independencia económica. La angustia la invadía, sentía como sus ojos se llenaban
de lágrimas. Al observar la situación, Ignacio, sintió el impulso de ayudarla,
él, pudo ver en ella algo a lo que le teme cada día, que algo inesperado se presente,
arruinando sus planes.
-
¿Necesitas ayuda? – Dijo él con un tono amable.
-
No gracias, es inútil, ya todos los papeles están mojados y pisoteados. – Dijo
ella sin siquiera mirarlo a los ojos.
Él
se quedó en silencio por un momento. Abrió su maletín y sacó un pañuelo que le
ofreció. En ese instante, las miradas se encontraron, dando lugar a una
espontánea sonrisa. Algo sucedió. Ambos se vieron reflejados. Ella se había
despertado con la convicción de que ese día cambiaría su vida, lo que
desconocía era que ese acontecimiento tan esperado no sería en lo laboral. Y él
que pensaba que ya nada en su vida cambiaría, se dejó atravesar por la
posibilidad de que una mujer, entrara en su mundo. Él con voz temblorosa y
manos transpiradas, se animó a invitarla a tomar un café, rompiendo su estática
rutina, pero permitiéndose elegir algo diferente para su estructurada vida. Y
ella que siempre se había animado a encarar situaciones diferentes, esta vez
exploraría algo completamente desconocido hasta el momento, el amor...
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