Reseña del libro "Los ojos del perro siberiano" de Antonio Santa Ana, publicado en 1998.
En cada párrafo que leía de “Los
ojos del perro siberiano” me encontraba con el sentimiento irrefrenable de
querer abrazar a alguien, el personaje tan poco expresivo hacia el exterior me
producía indignación, situaciones en las que yo habría roto algo, o habría
llorado hasta secar por completo mis ojos, él solo se resignaba ante la
tristeza. La sufría, pero sin embargo, se resignaba.
La intolerancia y la discriminación
están presentes en el libro y llegaron a lastimarme…
A medida que
avanzaba, me daban menos ganas de pensar, al igual que al personaje.
“…No
sabía qué hacer, pero sí sabía lo que no quería hacer: pensar…”.
“…Esos
viajes que los protagonistas realizan para volver al mismo lugar pero
transformados…”
“…Ayer
volví, después de tantos años, al río. El agua, las piedras, los árboles, el
viento, son los mismos. Yo ya no soy el mismo…”
Vemos a un
chico de tan solo 10 años al principio del libro, 13 al final, que se siente “…desnudo y rodeado de cosas que no
entendía…” Forzado a hacer cosas que no sabe si son las correctas, forzado
a no ver a su hermano por motivos que no son los que una persona racional
entendería.
La historia
nos empuja a sentir, a hacer una catarsis interior, y por lo menos por un
segundo, sentir la tristeza de ese chico en nuestro ser.
Esperaba llorar al final del libro,
pero no fue así, tampoco hubo un final sorprendente, solo una lección de vida, “...La vida no es más que eso: Asomar la
cabeza, para ver qué pasa afuera, aunque haya tormenta...".
Es mejor vivir triste, que vivir sin
sentir nada…
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