viernes, 5 de diciembre de 2014

Debajo de la tormenta

El páramo era hermoso, el pasto estaba perfectamente cortado y nada obstruía la vista hacia el horizonte, pero estaba él.

Un muchacho parado debajo de la lluvia desde que nació. Siempre llovía, y él siempre recibía los golpes mirando hacia arriba con los ojos cerrados. Nunca se movía, parecía que le gustaba estar a control de la tormenta, pero ella nunca tenía piedad por él, nunca se inmutaba.

Crecería llevando las marcas de la tormenta, que no dudó en impactarlo con algunos rayos cada tanto, pero él permanecía inmóvil, como desafiando al cielo “¿ESO ES TODO LO QUE TIENES?”. Sin embargo un día la lluvia empezó a disminuir, ya no caía con tanta fuerza, su ira iba disminuyendo poco a poco, y por primera vez en la historia parecía que el sol empezaba a asomar por entre las nubes.

Cualquiera habría dicho que él no lo notaba, seguía parado como siempre con la cabeza hacia arriba y los ojos cerrados, pero cuando finalmente ni una gota más fue enviada desde los cielos él abrió los ojos. Se quedó unos segundos así mirando hacia arriba, y donde antes todo estaba inundado de atemorizantes nubes grises y negras ahora ninguna se atrevía a profanar el perfecto celeste que reinaba en las alturas.

La tormenta se desató nuevamente pero esta vez en su interior. Él estaba acostumbrado a los golpes, este mundo desconocido de sol lo aterraba, empezó a gritar y a mirar para todos lados hasta que la divisó.

Una chica más baja que él, con el pelo castaño y hermoso, una sonrisa que podría quebrar cualquier corazón, y unos ojos a los que cualquier tormenta obedecería, estaba allí mirándolo.

Él, que seguía empapado sabía quién era ella, el miedo se apoderó de él, pero también la paz, y así como estaba, casi llorando y casi gritando de alegría corrió en busca del abrazo de la muchacha. Y cuando lo encontró el sol brilló más que nunca. Él sabía que tal vez la tormenta volvería más fuerte que nunca si perdía a esa chica, así que decidió hacer todo lo posible para estar junto a ella.


Y si volvía  llover y aún estaba con ella, sabía que sujetando su mano, nada, absolutamente nada, lo lastimaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario