domingo, 9 de noviembre de 2014

Curiosidad I - ¡No mires!

Se detuvo un momento a observar el chocolate que posaba como un trofeo dentro de la tienda, la tableta más grande y deliciosa de ese precioso néctar ante sus ojos. Estaba hipnotizada, su mirada imaginaba una y otra vez las distintas formas de disfrutar ese manjar. De pronto y sin que ella se dé cuenta una mano la sujetó con fuerza de la cintura y la elevo en el aire.

Con su pequeña estatura, la normal para una pequeña de cinco años, no es difícil llevársela a donde se quiera. Estaba aterrada, hasta que vio al hombre que la había secuestrado de su ensueño. Su padre. Él la llevo, de manera abrupta, hasta un rincón apartado de la tienda junto a una heladera repleta de gaseosas, desde allí era casi imposible que algún cliente los pudiese visualizar.

La niña estaba a punto de preguntarle a su padre el porqué de semejante atrevimiento, haberla privado del derecho a observar aquel chocolate era imperdonable. Pero ni bien la boca de la pequeña dio indicios de abrirse él se la cubrió con su mano agresivamente. Luego, con una mirada penetrante y muy seria el padre se llevó un dedo a los labios. Victoria entendió el mensaje: “Silencio”, y asintió con seriedad.

El padre la sujeto con fuerza de los hombros, la observo con amor y miedo…mucho miedo.

- Quédate aquí – susurro – Por nada del mundo te atrevas a siquiera mirar. ¿Entendido? – Dijo Pablo con gravedad.

La niña asintió nuevamente.

El padre se alejó, dejando a la pequeña sola. Victoria no entendía el porqué del comportamiento de su papá, creía que se había vuelto loco, él no tenía derecho de decirle que hacer y qué no hacer. Pero… ¿qué era lo que no debía mirar? Había infinitas probabilidades. Y Victoria, que era una niña más o menos inteligente sabía que en infinitas posibilidades, hay muchísimas que pueden ser malas, pero de ser tan malas su padre no hubiera salido, ¿cierto?

Gritos, disparos, silencio…

¿Qué había sido eso? ¿Qué sucedió? Victoria no soportaba no poder saberlo todo, y aquello entraba en su necesidad de tener el control de todas las situaciones. Tenía miedo, pero debía ver lo que pasaba. ¡Necesitaba mirar!

Luego del silencio se pudieron escuchar las voces de dos hombres discutiendo nerviosos, y nada más, ya no más gritos y ya no más disparos, aunque la pequeña niña de cinco años no podía saber de ninguna manera que esos ruidos ensordecedores habían sido disparos, y mucho menos que uno de ellos había matado a su padre.

Luego de dos minutos de esperar a Pablo la paciencia de Victoria llegó a su fin, ¿cómo era posible que ya no la hubiera venido a buscar su irresponsable padre? Ella era grande, podía tomar sus propias decisiones, salir, mirar, y en caso de que todo estuviera bien volver a meterse en su escondite temporal, o eso era lo que ella pensaba.

Una vez tomada la decisión el destino de la pequeña fue sellado. La curiosidad, dos pasos lentos hacia el exterior, una mirada de un hombre aterrado que poseía un arma en su mano, un arma cargada y lista para quitarle la vida a cualquier cosa que se interponga en su camino, el miedo… el terror. Solo bastaron dos segundos para que el ladrón decidiera que prefería tener una víctima más a poseer un testigo de cinco años que tal vez no entienda el problema, pero eso no era suficiente para él, la bala perforó el pulmón derecho, y Victoria murió casi al instante.

Disparo, grito, silencio… Y del silencio surgió un maullido, un maullido proveniente del callejón contiguo a la tienda, un maullido estremecedor, un maullido melancólico ante la presencia de otra pérdida.

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