Todavía
estaba en posición de ataque blandiendo su espada, pero su visión estaba
opacada por una nube oscura con toques negros y grises, trató de visualizar
nuevamente a su adversario, pero se había quedado ciego, sin embargo no sentía
golpes. ¿Había muerto? Era factible, pero no lo creía.
Empezó a respirar de manera entrecortada,
cada vez se le dificultaba más el simple hecho de tomar aire, se comenzó a
preocupar más de lo que ya estaba, ¿Qué estaba mal con él? ¿Había hecho algo
mal?
Sí, de hecho muchas cosas fueron las
que hizo mal en su vida, inclusive lo que había estado haciendo hasta ese
momento era un error: batallar con alguien que no valía la pena, alguien que lucha
con los demás solo como una manera desesperada de sentirse una persona, de
sentirse querido o respetado. Era tan patética, tan débil, tan repugnante que
le empezó a dar asco esa rata que jugaba el papel de persona, su rabia
empezó a aumentar, quería asesinarla, dejarla en el suelo pidiendo piedad, y
cuando ya no soportaba más el sentimiento este se disipó, y surgió en él la
lástima, entonces soltó la espada.
Su respiración se normalizo y su
vista mejoró, el gran luchador se
alzaba frente a él consternado, no sabía que responder ante la precipitada
caída de la espada de su contrincante.
— ¡Lucha cobarde! — Rugió la rata.
— Me encantaría, pero tu sufrimiento
será más grande en vida que si estás muerto. Todos los días vas a tener esa
certeza en tu interior que no sos más que un pobre animal pidiendo ayuda,
rogando amor, y lo único que hace es ahuyentar a las personas que tratan de
dártelo. — Hizo una pausa y luego continúo. — Lo siento, tengo cosas más
importantes con las que lidiar, como con mi propia vida, ¿alguna vez trataste
de hacerlo?
Luego se dio vuelta y simplemente se
fue, sin mirar atrás, olvidando el desagradable hecho de toparse con aquella
rata.
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