domingo, 10 de agosto de 2014

La rata

Todavía estaba en posición de ataque blandiendo su espada, pero su visión estaba opacada por una nube oscura con toques negros y grises, trató de visualizar nuevamente a su adversario, pero se había quedado ciego, sin embargo no sentía golpes. ¿Había muerto? Era factible, pero no lo creía.
            Empezó a respirar de manera entrecortada, cada vez se le dificultaba más el simple hecho de tomar aire, se comenzó a preocupar más de lo que ya estaba, ¿Qué estaba mal con él? ¿Había hecho algo mal?
            Sí, de hecho muchas cosas fueron las que hizo mal en su vida, inclusive lo que había estado haciendo hasta ese momento era un error: batallar con alguien que no valía la pena, alguien que lucha con los demás solo como una manera desesperada de sentirse una persona, de sentirse querido o respetado. Era tan patética, tan débil, tan repugnante que le empezó a dar asco esa rata que jugaba el papel de persona, su rabia empezó a aumentar, quería asesinarla, dejarla en el suelo pidiendo piedad, y cuando ya no soportaba más el sentimiento este se disipó, y surgió en él la lástima, entonces soltó la espada.
            Su respiración se normalizo y su vista mejoró, el gran luchador se alzaba frente a él consternado, no sabía que responder ante la precipitada caída de la espada de su contrincante.
           
            — ¡Lucha cobarde! — Rugió la rata.

            — Me encantaría, pero tu sufrimiento será más grande en vida que si estás muerto. Todos los días vas a tener esa certeza en tu interior que no sos más que un pobre animal pidiendo ayuda, rogando amor, y lo único que hace es ahuyentar a las personas que tratan de dártelo. — Hizo una pausa y luego continúo. — Lo siento, tengo cosas más importantes con las que lidiar, como con mi propia vida, ¿alguna vez trataste de hacerlo?

            Luego se dio vuelta y simplemente se fue, sin mirar atrás, olvidando el desagradable hecho de toparse con aquella rata.

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