En la imagen de los mil reflejos podía observar cada
perversión que se guardaba en lo más profundo y recóndito de mi ser, inclusive
en aquellos pasillos y habitación privadas de mí mismo, en las que los
recuerdos no se atrevían ni siquiera a asomar su desdicha, y mucho menos a
profanar con sus decadencias. Mi cara, en cada multiplicación se veía
desgarrada con un dejo mayor de putrefacción interior, todas mis peores facetas
se veían apoyadas unas a otras gracias a los espejos que se encontraban, en frente
y detrás mío, haciendo así infinito el sufrimiento de mi ser que se arrepentía
profundamente y de una manera voraz de cada vez en la que alguna de esas
personas tan poco ajenas tomaron el control de mi cuerpo.
Todo se volvió oscuridad, el ambiente sombrío cubría
con una delgada capa de seda negra mi corazón, que ahora se encontraba
sumergido en una profunda angustia, mis manos empezaron a sangrar, a causa de
la fuerza con la que los presionaba con ellas mismas.
Sin embargo, aquellas facetas tan repugnantes ya no
formaban parte de mi ser si no como recuerdos perdidos, semejantes a objetos en
una caja del sótano de una casa abandonada, que posee como único propósito el
de revisarla cada cierto tiempo para no volver a caer en las decadencias más
infames e impuras de mi pasado. Y así de fácil dejo ir todas aquellas amarguras
que forman parte de mi vida solo como pobres fantasmas que viven llanamente en
un tiempo lejano en el que ya no habito.
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