Acostumbraba
a caminar solo por la playa, viendo el sol nacer y caer, a la luna subir y
morir, observando como la marea aumentaba y disminuía, las gaviotas volaban,
las nubes aparecían y desaparecían.
Su
vida era eso, podía llamársela linda, sin embargo era demasiado solitaria para
poder ser una vida feliz, pero un día un hecho curioso ocurrió, dos pares de
huellas comenzaron a acompañar sus pasos, un par a la izquierda y otro a la
derecha; el tiempo pasó y las huellas continuaban caminando junto a él.
Poco
a poco fue queriendo a aquellas formas que no lo dejaban solo, y recordando el
pasado no entendía cómo podía haber vivido tan solo, tan poco acompañado.
Los
días pasaban y él no apartaba la vista del suelo, temía que si por un momento
las dejaba de observar aquellas guardianas
se desvanecieran, pero un día sintió como sus manos habían estado aferradas a
algo hace un tiempo ya, pero no lo había percibido a causa de su concentración
en las constantes huellas. Cuando levantó la vista a causa del instinto pudo
ver a una chica a su derecha, hermosa, alta y rubia, tenía una mirada que
transmitía paz y fidelidad, a su izquierda un chico, castaño y de ojos verdes,
su sonrisa enviaba un mensaje de hermandad y a su vez de complicidad. Además se
notaba que con ambos, podías hablar tanto de cosas graves, como podías estar
una hora riendo sin parar, eran auténticos guardianes.
Él
había oído hablar de esa clase de gente hacía un tiempo, en la época en la que
ahora vivía no se acostumbraba, y la palabra resultaba un poco ambigua, pero
estaba seguro de que eran esas personas: amigos, y los amaba con
locura…
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