martes, 20 de mayo de 2014

La lluvia y la mirada

En el todo de sus realidades llovía, en una punta de ella era agua tranquilizadora, que acompañaba, dulce, acogedora, que lo hacía sentir bien con él mismo, una lluvia que hacía nacer flores, que daba de beber a los océanos, a los animales, a los humanos, una lluvia transparente, sin dobles intenciones. Reconfortante, tanto, que daban ganas de abrazarla.

Del otro lado otra lluvia, de hecho era la misma, exacta intensidad, exacto brillo, pero otros ojos, otras vivencias. Esta significaba soledad, tormento, recuerdos, nostalgia y lágrimas, la hacía sentir tan mal consigo misma, una lluvia que inundaba ciudades, que destruía casas de pequeños animales, que hacía que el océano desatara una furia insospechable, una lluvia malvada, con unos ojos rojos que dejaban ver su intención de herir. Asesina, tanto, que daban ganas de gritarle.

Desde a fuera, desde el punto de vista del espectador, dos simples personas observando ver agua caer desde una nube a unos siete u ocho kilómetros de distancia.

Todo depende de con que ojos se mire.

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