En
el todo de sus realidades llovía, en una punta de ella era agua
tranquilizadora, que acompañaba, dulce, acogedora, que lo hacía sentir bien con
él mismo, una lluvia que hacía nacer flores, que daba de beber a los océanos, a
los animales, a los humanos, una lluvia transparente, sin dobles intenciones.
Reconfortante, tanto, que daban ganas de abrazarla.
Del
otro lado otra lluvia, de hecho era la misma, exacta intensidad, exacto brillo,
pero otros ojos, otras vivencias. Esta significaba soledad, tormento,
recuerdos, nostalgia y lágrimas, la hacía sentir tan mal consigo misma, una
lluvia que inundaba ciudades, que destruía casas de pequeños animales, que
hacía que el océano desatara una furia insospechable, una lluvia malvada, con unos
ojos rojos que dejaban ver su intención de herir. Asesina, tanto, que daban
ganas de gritarle.
Desde
a fuera, desde el punto de vista del espectador, dos simples personas
observando ver agua caer desde una nube a unos siete u ocho kilómetros de
distancia.
Todo
depende de con que ojos se mire.
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