No recordaba nada, las únicas imágenes que
recorrían mi memoria eran las pertenecientes a los últimos cinco minutos. Me
encontraba en la calle llorando desde que desperté. Una angustia increíble
invadía mi cuerpo, es horrible no saber quién sos, que te gusta, la gente que
conoces. Miraba el rostro de las personas mientras pasaban, tal vez podría
reconocer a alguien, pero no podía traer a mi mente a nadie.
Algo me inquietaba muchísimo, encubierto en esa
inconmensurable angustia había un pequeño alivio, en realidad, era un gran
alivio que cada vez era más grande. Sentía como si me hubiera liberado de
muchísimas cosas.
De pronto dejé de llorar, me sentía genial con
ese olvido, era el paraíso en la vida. Ya nada me preocupaba, no tenía responsabilidades.
Podía empezar de nuevo, conseguir un trabajo, alquilar un departamento, quizás
podría estudiar alguna carrera, ese nuevo despertar había abierto muchas
puertas.
Eran las seis de la tarde y el sol se estaba
poniendo en el horizonte, lo cual le daba un tono anaranjado al cielo que me
encantaba. Sin nada que hacer, comencé a caminar, solo a caminar, sin tener
nada en que reflexionar, me quede en el dulce olvido.
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