jueves, 12 de diciembre de 2013

El dulce olvido

No recordaba nada, las únicas imágenes que recorrían mi memoria eran las pertenecientes a los últimos cinco minutos. Me encontraba en la calle llorando desde que desperté. Una angustia increíble invadía mi cuerpo, es horrible no saber quién sos, que te gusta, la gente que conoces. Miraba el rostro de las personas mientras pasaban, tal vez podría reconocer a alguien, pero no podía traer a mi mente a nadie.

Algo me inquietaba muchísimo, encubierto en esa inconmensurable angustia había un pequeño alivio, en realidad, era un gran alivio que cada vez era más grande. Sentía como si me hubiera liberado de muchísimas cosas.

De pronto dejé de llorar, me sentía genial con ese olvido, era el paraíso en la vida. Ya nada me preocupaba, no tenía responsabilidades. Podía empezar de nuevo, conseguir un trabajo, alquilar un departamento, quizás podría estudiar alguna carrera, ese nuevo despertar había abierto muchas puertas.

Eran las seis de la tarde y el sol se estaba poniendo en el horizonte, lo cual le daba un tono anaranjado al cielo que me encantaba. Sin nada que hacer, comencé a caminar, solo a caminar, sin tener nada en que reflexionar, me quede en el dulce olvido.

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